Once años atrás, cuando los efectos
de la Gran Crisis no habían hecho más que comenzar, el ex primer ministro
francés Michel Rocard responsabilizó a un economista neoliberal de todos los desmanes: “¡[Milton]
Friedman ha creado esta crisis! Está muerto y realmente lo lamento, ya que
vería bien que fuera juzgado ante la Corte Penal Internacional por crímenes
contra la humanidad. Su idea de que el funcionamiento de los mercados es
perfecto ha permitido a toda la codicia y la voracidad humana expresarse sin
límites”.
Si la filosofía neoliberal es
corresponsable de la crisis, como postulaba Rocard, queda por responder a las
preguntas fundamentales: ¿Cómo surge el neoliberalismo? ¿Quiénes fueron sus
promotores? ¿Cuáles eran sus objetivos? ¿Cómo consiguieron que los Estados no
pusiesen límites a los mercados? El historiador Quinn Slobodian, profesor del
Wesley College (EEUU), responde a todas estas preguntas, y más, en el apasionante
libro Globalists: The End of Empire and the Birth ofNeoliberalism (Harvard
University Press, 2018), que en cuestión de meses ha sido catapultado por la comunidad
académica al canon de los imprescindibles para comprender el neoliberalismo y
que, incomprensiblemente, aún no tiene fecha de publicación en español.
Slobodian explica cómo un grupo de
personas, los globalistas, traumatizados por la desaparición del Imperio
austrohúngaro, se ponen a trabajar para que las instituciones de las nuevas
democracias no tengan a su alcance la posibilidad de poner en cuestión el libre
comercio. Su gran instrumento será el derecho -una específica concepción del
derecho- como herramienta indispensable para impedir a gobiernos y parlamentos
democráticamente elegidos cualquier atisbo de cambio que pueda afectar a la
economía de mercado. También abogarán por la creación de instituciones
supranacionales que vinculen legalmente a que los Estados no puedan desviarse
de las reglas preestablecidas y que dispongan de mecanismos legales que les
permita forzar a los Estados a rectificar. El historiador canadiense demuestra
cuán frágil es la relación que une la democracia y el capitalismo, y cómo los
neoliberales toleran la democracia siempre y cuando esta se atenga a las reglas
del juego que ellos previamente han dictado.
Su libro desmonta la narrativa del
origen del neoliberalismo como un movimiento surgido de una reunión de
intelectuales en Mont-Pèlerin (Suiza) en 1947 a la que asistieron, entre otros,
Friedrich Hayek, Ludwig von Mises y Milton Friedman.
Existen dos formas de responder a la
pregunta sobre los orígenes del neoliberalismo. Hasta la fecha consistía en
buscar el momento exacto en el cual se utilizó por primera vez el sintagma
neoliberalismo. Como indico en mi libro, fue en el Coloquio Walter Lippmann, en
1938, cuando un grupo de personas se reúne para discutir lo que consideraban
como el fracaso del liberalismo del laissez faire del siglo XIX, y la necesidad
de ser proactivos en la construcción de un Estado con competencias limitadas. A
mí la pregunta que me interesaba responder no era la fecha en que se usó el
término por primera vez, sino a qué nos referimos cuando hablamos del
movimiento intelectual del neoliberalismo y los problemas que afronta.
El movimiento intelectual del
neoliberalismo habría empezado tras la desaparición del Imperio austrohúngaro
al acabar la Primera Guerra Mundial...
El desenlace de la Primera Guerra Mundial
marca el comienzo del fin de la era de los imperios europeos. Hayek y Mises,
súbditos del Imperio austrohúngaro, se enfrentan a nuevas condiciones
políticas, como la generalización del sufragio universal, el fin del modelo
imperial como la forma estándar de organizar el mundo y, por lo tanto, el de
los Estados-nación como forma de organización política. El neoliberalismo surge
en el contexto de una serie de desafíos al sistema de gestión global del
capitalismo que había existido hasta ese momento; es un movimiento en constante
evolución, que desde su origen responde a la pregunta de cómo proteger el
capitalismo de la democracia y de la fragmentación.
En su libro se refiere a Hayek y
Mises y su idea de un doble gobierno como organización política, inspirado en
el Imperio austrohúngaro, que separe la política y la cultura de la economía.
En el Imperio Austrohúngaro la
descentralización de los diferentes territorios permitía una cierta autonomía
de la administración local. Por ejemplo, en la educación la Constitución
autorizaba la enseñanza en una lengua específica cuando la hablaba una masa
crítica. Sin embargo, en los intercambios económicos y comerciales las reglas
eran intangibles, lo que hacía del Imperio Austrohúngaro un espacio sin
fronteras económicas que garantizaba la libre circulación de personas,
mercancías, y capitales. Pienso que para Hayek y Mises este era el modelo ideal
de organización del mundo, donde los derechos de propiedad y movimiento de
capital fueran absolutos con alguna libertad en el gobierno político local y la
cultura.
En su idea de un doble gobierno que
separe la política de la economía Carl Schmitt inspira al movimiento
neoliberal.
Cuando se menciona al jurista Carl
Schmitt hay que ser cuidadoso debido a su simpatía con los nazis y haber
fundamentado jurídicamente su toma del poder. Dicho esto, si uno escribe sobre
el periodo entre la Primera y Segunda Guerra Mundial no se puede ignorar su
figura, porque por aquel entonces era insoslayable, se estuviese o no de
acuerdo con él. Para Schmitt, el siglo XIX supuso la aparición de dos mundos
que estaban en permanente tensión. Por un lado, el imperium, que es el mundo de
la soberanía de los Estados por cuyo conducto ejerce el poder sobre la
población. Por otro, el dominium, que es el mundo de la propiedad. Según
Schmitt, el sueño de los liberales es que la propiedad debiera ser absoluta
(dominium), incluso eclipsando la soberanía (imperium). Pero para Schmitt, esta
visión del mundo es inaceptable porque el hecho de que el mundo del dominium
tenga un poder de veto sobre el mundo del imperium desacredita a la democracia
y la soberanía. Cuando el economista liberal alemán Wilhelm Röpke lee a Schmitt
lo halla fascinante y señala que, al contrario de Schmitt, ese es el mundo al
que aspiran. Como explico en mi libro, para los neoliberales el mundo de la
economía se tiene que imponer siempre al mundo de la política. Esta es la
diferencia entre los neoliberales y los liberales o keynesianos, que tienden
más hacia el mundo de la política.
Usted explica cómo un hecho nuevo
que los economistas activistas que desarrollaron el movimiento neoliberal
durante el periodo de entreguerras pusieran por primera vez sus conocimientos
al servicio exclusivo del capital. ¿Por qué? ¿Cómo?
Desde finales del siglo XIX el
trabajo del economista activista consistía en intentar salvar las diferencias
entre las demandas de la clase trabajadora y las del capital: cómo satisfacer a
la clase trabajadora para que no cayese en la tentación del comunismo.
Siguiendo sus recomendaciones, se pusieron en práctica iniciativas como la
Seguridad Social y el reconocimiento de algunos derechos laborales. Durante el
periodo de entreguerras se desarrolla un nuevo campo de investigación, el de
los ciclos económicos, que consiste en asesorar a los inversores sobre cuándo
debe realizarse una inversión. También se convierte en una forma de conocer el
ritmo interno de la economía. La idea es que hay una serie de pautas que se
repiten y que, si las estudias como un cardiólogo lo hace con el corazón,
puedes comprender cómo funciona la economía. Economistas como Hayek y Mises,
que trabajaban como consultores para la Cámara de Comercio Internacional,
utilizaron los ciclos económicos para ponerlos al servicio de los intereses de
la patronal. Por ejemplo, empezaron a cuestionar los acuerdos de la Austria de
posguerra porque establecían seguros de desempleo y organizaciones sindicales,
a los que consideraban obstáculos para el restablecimiento de los ciclos
económicos. Es un nuevo modelo de economista activista que no se identifica con
el objetivo de crear una cierta paz entre el capital y el trabajo como hicieron
sus predecesores en el siglo XIX.
La imagen que ha vendido el
movimiento neoliberal de un Estado débil es una falacia y persigue todo lo
contrario...
Quien piense que los neoliberales no
creen en un Estado fuerte nunca ha leído a los neoliberales, porque toda su
filosofía política consiste en cómo rediseñar el Estado. Como explico en el
libro, el caso más obvio es el ordoliberalismo, corriente de pensamiento alemán
que desde los años treinta reivindica explícitamente un Estado fuerte con
economía de mercado. El principal argumento de los neoliberales es que el
Estado debe ejercer el poder de manera intensiva y no extensiva. Por lo que la
pregunta no es si tiene que haber más o menos Estado, sino qué tipo de Estado.
Como señala el académico Stefan Kolev, miembro de la Sociedad Mont Pelerin, la
pregunta debe ser cualitativa no cuantitativa. La falacia del Estado débil es
un éxito de la máquina de propaganda de los neoliberales y, en particular, de
Milton Friedman, quien hizo creer al público la idea de que las reformas que
sugería reducirían el Estado, consiguiendo tanto su no intromisión en la vida
de las personas como su alejamiento de la actividad económica.
Uno de los puntos centrales de su
libro es la importancia de la denominada Escuela de Ginebra y sus objetivos
para comprender el movimiento neoliberal.
Quisiera puntualizar que la escuela
de Ginebra no existe en sí misma. He acuñado el término para describir una
serie de personas que tuvieron un papel relevante en el movimiento neoliberal y
que de una manera u otra tienen una conexión con Ginebra. Lo que une a estas
personas es que coinciden que el problema central del neoliberalismo es la construcción
de un orden institucional global para proteger el capitalismo. Para ello no es
suficiente que la protección esté asegurada a nivel municipal o nacional, sino
tiene que serlo a nivel global. Consideraban necesario que hubiese un gobierno
mundial que pudiese poner orden en el caso de que un gobierno se atreviese a
romper las reglas y causara repercusiones negativas en todo el sistema.
Y la escuela de Ginebra se enfrenta
a las políticas keynesianas...
Al final de la Segunda Guerra
Mundial el grupo keynesiano es más fuerte y propone, para proteger al
capitalismo global, la distribución, redistribución y compensación entre las
economías nacionales. Considera necesario aislar las economías nacionales de
los efectos disruptivos de los movimientos globales del capital. El sistema de
Bretton Woods nace a partir de ese postulado. La escuela de Ginebra está en
desacuerdo con este sistema y propone un marco minimalista que proteja con
mayor severidad los derechos de propiedad, que no haya redistribución entre Estados
y que exista una fórmula legal para ejercer presión sobre estos cuando se
desvían de la regla. Para ello descubrieron el modelo de la Corte Europea de
Justicia, que replicaron, aún con mayor intensidad, en la Organización Mundial
del Comercio.
Un capítulo de su libro está
dedicado a la división que provocó entre los neoliberales la creación de la
Comunidad Económica Europea (CEE).
Como explico, algunos neoliberales
consideraron inaceptable la CEE por su Política Agraria Común (PAC). Alegaban
que aceptar una protección absoluta en un área tan importante como la
agricultura era incompatible con sus postulados y que la CEE debería haberse
adherido a un sistema similar al GATT. Al mismo tiempo, cuando se creó la CEE,
en 1957 y hasta 1961, no había una institucionalización de las leyes de
competencia. Pero cuando se interpretó dicha ley en 1962 en el sentido de
otorgar competencia a la Corte de Justicia de la CEE para, por ejemplo, forzar
a los Estados miembros a que impidieran subsidiar a ciertas empresas nacionales,
ello fue un auténtico descubrimiento para muchos neoliberales. Como indicaba
antes, para estos es muy importante un diseño suprainstitucional que disponga
de mecanismos para forzar a los Estados a que no se salten las reglas, y la
Corte de Justicia de la CEE cumple dicha función. Por lo que, respecto a su
pregunta, la respuesta dependerá a qué neoliberal se dirija. Para unos, la PAC
les hacía inaceptable apoyar a la CEE. Para otros, las leyes de la competencia
y su supervisión eran tan potentes que, a sus ojos, podían ignorar los efectos
para ellos nefastos de la PAC. El Tratado de Maastricht (1992) es otra
historia. Para la economista Victoria Curzon-Price, hasta la fecha la única
mujer que ha ocupado la presidencia de la sociedad Mont Pelerin, nos
encontramos ante una integración Ferrari que permite de forma agresiva,
utilizando la Corte de Justicia de la Unión Europea y las leyes de la
competencia, desembarazarse de cualquier atisbo de participación estatal en el
sector privado.
Además del apoyo explícito de Milton
Friedman a la dictadura del general Pinochet, usted menciona en su libro como
un pilar del neoliberalismo a Wilhelm Röpke, que apoyó abiertamente al régimen
sudafricano del apartheid, y a Hayek, que se opuso a que se impusieran a
éste sanciones internacionales porque destruían “el orden económico
internacional” ¿Qué concepción tiene el neoliberalismo de la democracia?
La cuestión de la democracia es la
forma más simple de criticar al neoliberalismo, al considerarlo una filosofía
antidemocrática. Al mismo tiempo, todo sistema político existente es de una
manera u otra antidemocrático. Un gobierno representativo es una forma muy
peculiar de entender la soberanía. Por lo que no pienso que sea tan excepcional
su forma condicional de entender la democracia. Dicho esto, el neoliberalismo
impone condiciones en su forma de entender la democracia, y su gran influencia
no es tanto en el campo de la economía sino en el del derecho. Uno de los
puntos principales de mi libro es el haber demostrado la conexión existente
entre el derecho y el neoliberalismo.
¿Cómo opera la relación entre el
derecho y el neoliberalismo?
El sistema normativo neoliberal
establece límites, hasta dónde puede ir una democracia, y les es absolutamente
indiferente lo que diga el Parlamento. Adoptan este sistema con entusiasmo
porque les permite experimentar con nuevos tipos de mercado, nuevas formas de
conducta empresarial así como saciar las necesidades de los consumidores. En
ese sentido, adoran la democracia. Pero cuando la democracia toma conciencia
que tanto los mercados como la propiedad pueden ser contraproducentes, la
tolerancia de los neoliberales por la democracia se desvanece. Rápidamente
intentarán normativizar a nivel constitucional las prácticas y los límites de
la democracia. Y lo hacen de tal manera que favorecen a los ricos frente a los
pobres y reproducen un sistema basado en la competencia en lugar de la equidad
económica y social. Volviendo a su anterior pregunta, no creo que los
neoliberales tengan como objetivo la destrucción de la democracia, sino
canalizarla de una forma muy particular. Pienso que el eslogan de la izquierda
de decir “más democracia, más democracia” es correcto, pero si nuestra crítica
al neoliberalismo quiere ser tomada en serio es necesario ser muy claro sobre
cuál es nuestra versión de la democracia y su sistema normativo.
¿Cómo contempla la reacción a la
constitucionalización del sistema normativo neoliberal?
Pienso que se está poniendo en
cuestión este modelo porque es una ficción. Los países soberanos se vinculan
legalmente para acogerse a estas normas constitucionales, pero vemos que no es
verdad. Alemania y Francia han incumplido en numerosas ocasiones el límite del
3% del PIB de desequilibrio presupuestario impuesto por la Unión Europea, como
también lo ha hecho Italia hace unos meses. Todo está abierto a negociación. Y
estas obligaciones son vinculantes solo cuando los gobiernos deciden hacerlo.
En EE UU creo que el año 2016 ha sido una verdadera sacudida de sentido común
para ver que estas normas constitucionales vinculantes pueden deshacerse.
Ahora, con la administración Trump, es la guerra respecto al comercio, y
algunos piensan que esto es bueno – lo que está abierto a discusión –porque
permitiría dirigirla en la buena dirección. Y esto me lleva hablar de lo más
extraordinario que ha ocurrido en EEUU en los últimos meses: Alexandria
Ocasio-Cortez. Es una chica de ¡29 años! que hace un año era una camarera y
desde hace unos meses es la congresista más influyente y ha conseguido poner en
el centro del debate un tipo impositivo marginal del 70% para los más ricos. Y
Edward Luce, columnista del Financial Times en EEUU, diciendo que tiene razón.
¡Es increíble! Ya nadie compra la idea que hay un acuerdo que lo impide y que
las manos están atadas. Todo está abierto, lo que es muy peligroso, pero
también muy emociónante.
Aprovechando que menciona el
fenómeno de Alexandria Ocasio-Cortez, ¿es usted optimista o pesimista sobre el
futuro del neoliberalismo?
Pienso que la versión legalista constitucional
del neoliberalismo está pasando por un mal momento, pero si algo define el
pensamiento neoliberal es su capacidad para desarrollar estrategias cuando el
capitalismo se siente amenazado. Ahora mismo hay dos ideas en auge que están
interrelacionadas. La primera es que, en vez de construir instituciones
supranacionales, las abandonas para no estar sujeto a ninguna regla de
gobernanza. Una versión aún más extrema es la tradición anarcocapitalista, bajo
la premisa de una nueva organización social en la cual te deshaces del gobierno
y te recluyes en una comunidad cerrada que está protegida por fuertes medidas
de seguridad. La segunda idea es el neonaturalismo, que consiste en poner en
cuestión la igualdad de los seres humanos y por lo tanto unos son más
inteligentes que otros y mejores agentes económicos. Y que esta diferencia no
es aleatoria, sino que se debe a razones culturales e incluso raciales. Esta
idea está en auge entre los neoliberales alemanes, por ejemplo. Su discurso es
que los alemanes se proyectan en el futuro y, por el contrario, los turcos y
los musulmanes solo piensan en el corto plazo. Por lo tanto, no es posible
construir una sociedad con ellos, por lo que es necesario repartir el mercado
según comunidades raciales o culturales, lo que justificaría la exclusión de
aquellos y que los alemanes se fortifiquen. Creo que es necesario empezar a
reflexionar muy seriamente sobre este tema.
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