En apenas 24 horas se han sucedido dos importantes
noticias en la vida política española: el rechazo del Parlamento a los presupuestos
presentados por el gobierno de Pedro Sánchez y el inicio, en
el Tribunal Supremo, del juicio a los independentistas catalanes que, en muchos
casos desde las propias instituciones autonómicas, convocaron y llevaron a
efecto el referéndum de autodeterminación del 1 de octubre del año pasado y la
posterior declaración política de independencia de la República Catalana.
Ambos sucesos está íntimamente relacionados: el
gobierno de Sánchez, en acusada minoría parlamentaria, no podía aprobar los presupuestos
sin el apoyo explícito de los catalanistas, y estos no podían apoyar las
cuentas de Sánchez mientras su base social se movilizaba en reclamo de la
libertad de los independentistas encarcelados o exiliados. Esto ha provocado la
convocatoria inmediata de elecciones generales para el 28 de abril.
En este escenario la situación política española
amenaza con entrar en un nuevo ciclo de convulsiones: dos campañas electorales
seguidas, de enorme trascendencia (el 28 de abril elecciones generales, el 26 de
mayo locales, autonómicas y europeas), mientras transcurre el juicio más
importante de la historia española (el proceso contra los independentistas
catalanes), en un contexto de ralentización económica en Europa y ascenso de la
ultraderecha, que puede dar el campanazo, tanto en las generales españolas como
en las subsiguientes elecciones al Parlamento Europeo en toda la UE.
El partido del gobierno, el PSOE del presuntamente satánico Pedro Sánchez,
tratará de alentar el voto del miedo entre el electorado de izquierdas con
mayores tendencias abstencionistas. Recordemos que en las recientes elecciones
autonómicas andaluzas, el PSOE fue expulsado del gobierno andaluz por vez
primera en más de 30 años por la alianza vergonzante entre el liberalismo mas
posmoderno (Ciudadanos), el conservadurismo clásico español (el Partido
Popular) y la emergente ultraderecha (Vox). Este resultado fue el producto de
la abstención de una gran parte del electorado que tradicionalmente había
votado al PSOE ante el hartazgo generalizado por su dinámica amable con la
corrupción y su creciente deriva social-liberal.
El agotamiento del ciclo de luchas que tomó el nombre
del 15-M y que se expresó electoralmente en la emergencia de Podemos y las
llamadas candidaturas del cambio a nivel local, agravado por los errores y las
dinámicas cainitas de la dirección podemita, así como por la tradicional
tendencia a la fragmentación de la izquierda sistémica española, provoca una
enorme debilidad electoral en el espacio a la izquierda del PSOE. Todo ello
pone en cuestión, a su vez, la posibilidad de que el inestable y contradictorio
bloque de la “izquierda” pueda obtener por sí mismo la mayoría absoluta en las
elecciones de abril.
El otro candidato a la mayoría absoluta es el recién
construido bloque de la derecha, que abarca desde el liberalismo más europeísta
a la emergente ultraderecha. Los trillizos reaccionarios (PP; Ciudadanos y Vox)
empiezan a amagar un bloque articulado capaz de obtener la mayoría electoral,
pese a sus contradicciones internas que quedan en un discreto segundo plano
ante la posibilidad de conseguir el poder, como se ha visto en la reciente
manifestación “por la unidad de España” convocada por los tres partidos, junto
a diversas plataformas neonazis, Falange y otras hierbas del universo
derechista en Madrid. El hecho de que el tripartito de derechas haya apostado
por comportarse como los gremlins malos de la película de los noventa, amagando
con extremar decididamente su discurso en una clara concesión ideológica a la
ultraderecha más radical, tiene su explicación: no cabe duda de que quien ha
dado agua al gremlin Casado (presidente del Partido Popular, conservador y
puntal tradicional del régimen del 78) más allá de la medianoche, y le ha
convertido en un agitador cuasi-mussoliniano, ha sido el eterno líder José
María Aznar, mentor de todo lo que ocurre en el ala más derechista del PP
desde que abandonó el poder. En todo caso, es previsible que tanto Ciudadanos
como el propio PP intenten moderar su discurso de cara a la campaña electoral,
procurando limitar el miedo que una victoria en la que intervenga el
ultraderechista Vox va a provocar en amplios sectores de la izquierda
desengañada o abiertamente abstencionista.
Aún así, si el discurso del miedo a la ultraderecha no
vence a la ola parda, se pueden abrir dos escenarios postelectorales que
aún permitan sostener (aunque dificultosamente) un gobierno del PSOE:
En primer lugar, que, aunque la izquierda no consiga
la mayoría absoluta, pueda obtenerla con el apoyo de los grupos nacionalistas
catalanes y vascos, es decir, una reedición de la situación actual,
reproduciendo sus mismos problemas y su esencial inestabilidad. En ese caso se
impondría como necesaria una normalización del catalanismo que probablemente
gran parte del aparato político del mismo está ya deseando, pero que es de
difícil puesta en marcha mientras continúe la represión contra los líderes y
gran parte de la población catalana siga movilizada; o, a la contra, una
apuesta decidida del PSOE por una reforma constitucional centrada en el tema territorial
que difícilmente va a comenzar por la falta de la mayoría necesaria en casi
cualquier escenario y por el simple hecho de gran parte del aparato del PSOE no
sustentaría esa opción.
En segundo lugar, que PSOE y Ciudadanos, por si solos,
sumen suficientes escaños para obtener la mayoría absoluta. Entonces sería
posible un pacto que ahora parece contra natura, por la decidida apuesta de
Ciudadanos por la opción derechista. pero que no lo es tanto. Al fin y al cabo
neoliberales y social-liberales no están tan lejos unos de otros y ambos
podrían presentar en sociedad la alianza (y muy señaladamente frente sus
respectivos socios europeos) como un pacto contra los populismos (de derechas y
de izquierdas) que, según la narrativa europeísta dominante, amenazan el
corazón de nuestra inestimable democracia representativa.
Este es el mapa de las posibilidades electorales de
aquí al 28 de abril. Victoria clara de las derechas, cada vez más extremadas, y
deriva autoritaria. Victoria inestable de la izquierda gracias al miedo
provocado por la emergencia de la ultraderecha, con tímidas reformas de lo peor
del legado de Mariano Rajoy. Laberinto de alianzas entre la
izquierda y el nacionalismo periférico, con posibilidades recurrentes de
ruptura y adelanto electoral. Pacto omnicomprensivo entre liberalismo
posmoderno y social-liberalismo con inicio de un experimento “a la Macron”.
En este escenario, sin embargo, los movimientos
sociales tratan de reorganizarse y reconstruir sus tramas. La convocatoria de
huelga general feminista del 8 de marzo está siendo una buena herramienta de
construcción de pueblo en este contexto desfavorable. Las luchas por la
vivienda, por una renta mínima de inserción o las crecientes actividades del
sindicalismo combativo (luchas de las kellys -camareras de pisos de los
hoteles-, movilizaciones contra las plataformas colaborativas o contra el
amianto en lugares como el Metro de Madrid) son posibles etapas de generación
de una alternativa que vaya mucho más allá de lo puramente electoral.
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