La puerta antigua
Así como la ventana es un invento
relativamente reciente, inexistente en muchas culturas antiguas,
la puerta es un elemento casi permanente en la
arquitectura, tanto en Oriente como en Occidente, aunque con valores sociológicos, culturales y defensivos
totalmente distintos (según se trate de
una cultura nómada o sedentaria, por ejemplo).
Los requerimientos del binomio
resistencia/ligereza, accesibilidad de la materia prima y fácil labrado hicieron de la madera el material más
idóneo en la construcción de puertas
desde la noche de los tiempos.
Como excepción, conocemos el caso de la
civilización minoica, que por escasez de
madera, empleó tableros
sólidos de yeso en los empanelados.
Otra excepción
importante es la puerta
de bronce empleada en la arquitectura monumental que ha persistido hasta la actualidad. Las primeras puertas monumentales de bronce son las de los santuarios
sumerios.
Las puertas
mesopotámicas
En el Asia menor durante el Neolítico, en poblados como Catal Hüyük (6700-5700 a. de C.) puertas y ventanas se identifican
puesto que las viviendas son herméticas y se penetra a través de huecos en el techo.
La casa sumeria (2870 a 2370 a. de C.) consta de habitaciones rectangulares alrededor de un patio con una abertura en el techo por donde penetra
la luz y el aire, un conjunto
centrado, sólo comunicado con la calle por
mediación de la puerta sin ninguna
ventana al exterior.
Las puertas
egipcias
Egipto nos ha dejado diversos modelos
de puertas, todas provenientes de tumbas
y conservadas en el Museo egipcio de El Cairo.
La puerta más antigua es la de una tumba
en honor de Iyka del año 4500 a. de C. y la de Hesiré,
sacerdote y escriba, de Sakkara (la antigua
Memphis) datada en el 2700 a. de C.,
y es
de madera de Sicomoro.
Las
encontradas en la tumba de Tutankamon, exhumada
en 1923 por Howard Carter están datadas en 1350
a. de C. Son cuatro.
La primera, de madera
revestida de oro y con incrustaciones de esmaltes azules, cierra la habitación del sarcófago de 5
metros de largo que contiene otros tres. Las puertas que conducen a otras
estancias, están también forradas de oro y tienen un portillo
interior de menor tamaño. Todas giran sobre un
quicio y tienen tiradores y pasadores
muy parecidos a los actuales.
En este mismo museo se encuentran
otras dos interesantes puertas de madera, en este caso estucadas y pintadas con escenas alegóricas y familiares. Pertenecen a la tumba de Sennedjen, muerto en tiempos de Ramsés II (1290-1224 a. de C.) y Nefertiti.
Esta última formada por un tablero de cinco piezas verticales, cerrado por un bastidor de suave curva superior. El
tablero se encaja en la pieza redonda que hace de gozne.
En relación a las llaves y cerrojos,
conocemos su existencia por dibujos
y jeroglíficos y de ellas se habla en el
capítulo de herrajes. Son de dimensiones superiores a las nuestras,
tienen cerca de un codo. Penetraban
como un brazo a través del montante de la hoja y accionaban el cerrojo a modo de palanca, lo que explica
su gran tamaño.
El rey Anubis aparece
en los jeroglíficos, como encargado de las puertas del Más Allá, sosteniendo una llave de tres dientes,
los cuales se colocan
hacia arriba y elevan tres clavijas del cerrojo permitiendo abrir la puerta.
Las puertas en la Biblia En el Antiguo Testamento
aparece una primera referencia a las puertas en la construcción del Templo de
Jerusalén en tiempos del rey David,
templo que no llegará a construir:
“Preparó también David hierro en abundancia para la clavazón de las hojas de las puertas
y para las grapas,
incalculable cantidad de bronce y madera
de cedro innumerable, pues los sidonios y los tiros trajeron a David madera de cedro en abundancia” (Cr 22 3-5). “Toda la madera
(cedro, ciprés y algummin) se cortó
del Líbano y se llevó en balsas,
por mar, hasta Joppe, y desde allí se subió a Jerusalén “(II Cr 2 15). “Algunas puertas estaban chapadas en oro” (II Cr 4 19). "Glorificaré al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión: que
ha reforzado los cerrojos de tus puertas y ha bendecido
a tus hijos dentro de ti "(Sal 14, 12-13).
El templo fue construido
finalmente por su hijo Salomón (alrededor
del año 1000 a. de C.). En la Biblia se dice que “...hizo a la entrada del santuario una puerta de dos hojas de
madera de olivo silvestre y otras de ciprés:
el marco con dos pilares equivalente a un quinto del muro (.../...). Hizo esculpir querubines, palmas y flores extendidas y las cubrió de oro. (I
Reyes 31-35)
“El sumo
sacerdote Elyasib y sus hermanos los sacerdotes
se encarga- ron de construir
la puerta de las
ovejas (en la muralla
de Jerusalén): la armaron, fijaron sus hojas, barras y goznes”
(Nehemías 3 1-2).
Al margen del templo, son interesan-
tes también los textos del profeta
Ezequiel que ejerce su misión de
sacerdote con los judíos desterrados en Babilonia. Su libro profético
describe un templo de Jerusalén idealizado y distingue entre puertas y postigos: “El Santo tenía una puerta doble y el Santuario
una puerta doble. Eran puertas de dos hojas movibles, dos hojas en una puerta y dos en otra”
(Ez 41 23).
Ya en el Nuevo Testamento
(siglos I d. de C.) hay muchísimas citas sobre
las puertas pero se refieren más bien
en el
ámbito simbólico. Reflejan su
carácter de protección y seguridad: “No me molestes, la puerta está ya
cerrada y mis hijos y yo acostados” (Lc 11 5-7), la diversidad de tipos:
“Él les dijo luchad por entrar por la
puerta estrecha porque os digo que
muchos pretenderán entrar y no podrán”, el desarrollo de la cerrajería: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia y las puertas del Hades
no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del reino de los
cielos” (Mt 16 19). La cerrajería, de madera, se sigue
empleando todavía en todo el Medio Oriente y Norte de África.
Las puertas griega y
romana
De los griegos sabemos
pocas cosas en cuanto a carpintería. Por la Odisea conocemos las mismas largas llaves, con sus cerrojos de madera con accionamiento, no rotativo sino de
giro vertical siguiendo el principio
de brazo de palanca de los egipcios.
Virgilio, en la Eneida,
recoge formas y materiales de las puertas griegas,
comunes a la carpintería
mesopotámica. “Dicho esto, prosigue su camino y enseña a Eneas el ara y la puerta que los Romanos denominan Carmental; antiguo
monumento, levantado en honor de la ninfa
Carmenta, fatídica profetisa
que vaticinó la primera futura grandeza de
los hijos de Eneas y las glorias del
monte Palatino” (Libro octavo). Por restos arqueológicos se tiene la
sospecha de que las puertas
pudieran ser trapezoidales, por motivos estructurales. Esta forma se encuentra
también en las construcciones incas precolombinas y en templos mesopotámicos. En todos los casos
se debe a que se obtiene un dintel menor
para un máximo de hueco.
De los romanos procede
básicamente la puerta plafonada
tal como la conocemos hoy en día (bastidor
más plafón), aunque se cree que tiene
raíces etrusca, micénica y griega. El
tablero del plafón se formaba
con tablas grapadas o con un escueto
ensamble.
A partir de la arqueología no se ha podido
reconstruir con exactitud
cómo cerraban los huecos las casas romanas ni tampoco cómo era su uso: como
curiosidad sabemos únicamente que los romanos llamaban
a la puerta con el pié.
Las ruinas de Pompeya y Herculano, descubiertas entre los siglos XVIII y XIX, las norteafricanas, los escritos de Vitrubio y los relieves
de los sarcófagos, que representan la vida
cotidiana de aquel tiempo, muestran relieves de puertas con el patrón plafonado.
Las escasas
referencias escritas (Apuleyo, Ovidio , Plinio el Joven, Juvenal, Marcial) se ocupan más de las costumbres que de las cosas y de la arquitectura sabemos sólo que las
puertas exteriores son de madera pero
a veces los huecos interiores se cierran con tapices colgados. Como elemento arquitectónico la puerta
cobra cierta importancia en la vivienda popular, la domus, que coloca sus habitaciones alrededor
de un patio central.
El acceso exterior es fruto de una
compleja articulación de espacios de transición a través de pórticos y peristilos; fórmula muy beneficiosa para la carpintería exterior
ya que la protege del sol y la lluvia.
En las villas, de alto rango social,
la puerta es objeto de un especial cuidado por parte de los constructores. Con frecuencia hay un porche que a
veces invade la calle pero depende de la existencia de un peristilo, precursor de la galería
cubierta actual. Suele ser
de dos hojas, pero el acceso habitual es por un postigo. Raramente se abren
las dos hojas de par en par, sólo cuando el propietario da una recepción importante o por las mañanas
cuando recibe el homenaje de sus
amigos y clientes. Sistema, que como
se ve, se ha mantenido
a lo largo de los siglos.
El marco es muy importante, se flanquea de columnas con un dintel labrado (que a diferencia de los muros de
relleno, son de piedra). De ahí se pasa a un vestíbulo o zaguán desde el
que se anuncia al propietario y donde el visitante
está vigilado por el ianitor (guardián) que dispone de un ‘chiscón’. La villas más
ricas tienen vestíbulos impresionantes para mostrar su nivel social.
En resumen, en la casa romana el
entorno es más importante que la
carpintería, lo que es lógico, pero nos hace suponer que ésta no debía
desmerecer.
Los dibujos de Vitrubio (siglo III) no reflejan las puertas y hemos de esperar
a Alberti (siglo XV) para recrear el estilo clásico de sus puertas: un marco con dos plafones cuadrados y un moldurado muy sencillo, diseño básico recuperado en el Renacimiento.
Como todo gran imperio, los romanos controlaban, por razones
estratégicas, la industria metalúrgica,
y su cerrajería era de gran calidad.
Además del Pantheon, se ha conservado de la fase final del Imperio la puerta de la iglesia de Santa Sabina
en Roma (siglo V). En madera de ciprés
vista, nos muestra la habilidad en la talla y los motivos decorativos
más parecidos a la escultura
funeraria de un barroquismo poco acorde con la
presunta sobriedad del canon clásico.
Las puertas en la Edad Media y
en el Renacimiento
La casa visigoda nos es totalmente desconocida porque no han quedado
restos arqueológicos de importancia.
La casa rural del Alto Medioevo era muy simple; una sola pieza que
alberga a todo el grupo familiar;
a lo sumo dos o incluso tres estancias donde se convivía con los animales;
el fuego y el hogar; la cava donde se
almacenaba el alimento. Son construcciones precarias, que hay que
arreglar todos los años. Los muros son de entramado leñoso con relleno
de adobe y cubiertas
vegetales. Las viviendas de más categoría
tienen muros de piedra,
dos alturas y varias
cámaras. Aunque muchas veces no hay ventanas,
la puerta exterior, el portón,
es muy importante como elemento de seguridad.
En la Baja Edad Media se aprecia una cierta
mejoría; las ciudades
y la vida burguesa desde el siglo XI propician la vivienda urbana. La escasez de suelo dentro de la muralla, pero
también la protección térmica de los
edificios, da lugar a las viviendas
medianeras en altura, con una tipología de plantas alargadas y estrechas, con estructura de entrama-
do de madera. La puerta de la casa se abre
normalmente a un corredor muy estrecho que da paso a dos aposentos,
la tienda o taller delante y la sala o cuarto
bajo detrás, y un patio. Una escalera de caracol en al fondo da acceso a las otras plantas.
En la planta baja, la puerta de entrada es un elemento
importante y permanece abierta durante
todo el día. Una silla apoyada, sirve para cerrar el
paso y a veces se transforma en un
mueble independiente tal como se menciona en inventarios de mediados del siglo XV. Se habla de sillas con
respaldo que sirven para cerrar la
puerta o para sentarse ante ella.
Puerta entablada medieval
Es la puerta típica de la Alta Edad Media. Las tablas van unidas con elementos transversales clavados, bien sea
metálicos o de madera.
Más
adelante van a media madera y
machihembradas. En diseños más
sofisticados, los travesaños
se unen a un bastidor que recerca el conjunto. En muchos casos se conserva el refuerzo de llanta metálica.
La abundancia de madera y su basto labrado propiciaban escuadrías
generosas, especialmente en las
puertas de exterior, lo que convenía a
sus funciones de protección en una
sociedad muy violenta (las sociedades pacíficas han tenido siempre arquitecturas y cerramientos más ligeros).
Los dispositivos de cierre son trancas, cerrojos y cerraduras de diversos tipos.
En la parte superior, la hoja se encaja
en un
dintel-cargadero de madera con sus correspondientes orificios
para el quicio. Cuando la cazoleta no es de piedra
sino de madera se produce
una mayor holgura con el consiguiente desplome de la hoja. Esta disposición de la hoja impedía el forzamiento de la puerta y protegía a
la madera de las inclemencias atmosféricas especialmente en la charnela.
Con bajo riesgo de pudrición, elección de especies adecuadas (frondosas
desprovistas de albura,
como roble, castaño y algunas coníferas
de elevada resistencia) y
correcto secado, se aseguraba la buena conservación de este
tipo de puertas.
Las puertas
de interior son de entabla- do más fino adoptando
las clásicas formas góticas, lobuladas etc. En su transición con la puerta gótica
plafonada, aparece la puerta de cruz
central y cuatro paneles/entablados: un diseño clásico por su belleza y
funcionalidad.
Aunque estas puertas son prototípicas
de la Edad Media y el Renacimiento, su construcción perdura a lo largo de la historia y de los diferentes estilos hasta la arquitectura contemporánea.
Puertas apeinazadas del Renacimiento
Puertas
castellanas del Renacimiento español Al final de la Edad Media se va imponiendo
en España la moda de las puertas apeinazadas. Los peinazos son largueros y travesaños
que dividen el paño, enmarcando cuarterones o cojinetes de dibujos variados. Los
cuarterones pueden recibir un sencillo labrado central, con dibujos geométricos
y aristas molduradas.
Es
la puerta española por excelencia y así es conocida fuera de nuestras
fronteras. Su colocación en el Escorial con cerca de 1.200 unidades (finales
del siglo XVI) y su presencia en cuadros de pintores españoles del siglo
de oro, como Velázquez (Las Meninas), Zurbarán, etc. Muestran que
se trata de un elemento decorativo de moda. Es por tanto en origen, una puerta noble
y casi de lujo aunque más tarde cambiaran sus connotaciones.
Con
el Barroco los peinazos se complican, pasando de simples tramas rectangulares a
complejos ensambles de lacería, de influencia árabe.
La
puerta apeinazada se llamará con el tiempo puerta castellana. Denominación acuñada
desde muy antiguo, para diferenciarla de la puerta entablada o tablerada, más barata
y de menos categoría, tal como consta en contratos de carpintería de la época.
La
puerta castellana es una puerta que exige mucha maestría y alto conocimiento de
la geometría para resolver la profusión de complicados
ensambles entre sus partes.
El
trabajo de cuarterones y el lazo de cola de milano tiene para algunos
reminiscencias de la carpintería egipcia y romana transmitida a través de los árabes.
Puertas
orientales
Puertas de lacerío y labradas árabes
En
las puertas árabes y del Magreb, como en el resto de su arquitectura, el
mandato religioso de evitar las representaciones propicia formas geométricas con profusión decorativa
que encuentra en las puertas un buen campo de desarrollo: puertas labradas,
celosías y torneados.
La
puerta china y japonesa En el extremo opuesto las puertas del Lejano Oriente buscan
una mayor simplicidad. La puerta china tradicional tiene dos cuerpos. El superior
es de celosía con un fondo de papel de
arroz decorado con dibujos y caligrafías. El embarrotado de sujeción no forma
una cuadrícula sino rastreles paralelos de
extremo curvado. Suelen ir pintadas o lacadas en color rojo. El inferior es macizo,
de madera.
China
aporta a la carpintería y al mueble europeo, sus acabados,
en especial el lacado, que se incorpora a las hojas con decoraciones muy imaginativas.
La
carpintería japonesa clásica está influida por la china pero es más estilizada.
En las viviendas dominan los paneles deslizantes que reciben diversos nombres según
sean interiores o exteriores, opacos o translúcidos.
La
más interesante es la puerta deslizante -shoji- que tiene una celosía de madera
ortogonal y un cerramiento de papel de arroz o morera.
Tiene 1,70 metros de altura y 0,90 m de ancho y dividía las
habitaciones. Los paneles deslizantes opacos-o fusuma- son de 74" x 80"
(1,80 x 2,00 m). Los exteriores se denominan amado.
La
nueva puerta plafonada
Puerta plafonada gótica y renacentista
La
reaparición de la puerta plafonada, abandonada desde los romanos, está
directamente relacionada con el desarrollo de nuevas herramientas y productos (sierras
y cepillos, chapas finas). Se basa en el fino labrado de la madera maciza de los
bastidores y en la posibilidad de formar tableros de pequeño espesor para el plafón central.
Las sierras permiten cortar la madera en tablas muy delgadas y los cepillos pueden
biselar el panel, los recercados y ensambles.
En
los siglo XIV y XV la carpintería gótica se introduce en el mobiliario (frentes
empanelados en sillerías, coros, arcas y frisos).
Finalmente
se acaban introduciendo en la puertas con adornos ‘de pergamino’ que imitan lienzos
plegados verticalmente o con tracerías y guarniciones góticas. En esta época se inicia
el moldurado o ‘matado’ de las aristas.
Mientras
en España triunfa la puerta apeinazada el Renacimiento italiano introduce grandes
plafones de formas sensiblemente cuadradas, que encajan en las ranuras de los bastidores
mediante un perfil rebajado. Limpieza y simplicidad de las formas que busca
adaptarse a la sobriedad del conjunto edificatorio, recuperando la tradición greco-romana.
Su mayor incidencia es en las puertas de interior, ya que las exteriores siguen
ofreciendo un aspecto macizo y cercano a la estética medieval.
En
Inglaterra el Renacimiento se adapta a través de los estilos Tudor y Estuardo. Los
empanelados son también rectangulares pero muy influidos por la Edad Media. Dentro
de las especies de maderas se aprecia especialmente el Roble.
En
Francia el Renacimiento italiano también se introduce y adapta a un estilo ‘medievalizante’
de los que nos han llegado magníficos ejemplos en los
chateaux construidos en esa época. Después del Renacimiento las puertas
plafonadas continuaron su evolución, como veremos, a través del Barroco, Rococó
y Neoclásico, adaptándose a sus juegos formales y a los acabados propios de cada
estilo.
La puerta plafonada barroca
El
barroco nace también en Italia en torno a 1600 y de ahí pasa a sus países vecinos.
Es un arte en movimiento, con formas onduladas y desencajadas, retorcidas, que
buscan el juego de luz y sombra, la ostentación y lo irracional. Este tipo de decoración alcanza lógicamente
también a las puertas.
En
Francia el barroco tarda en introducirse y domina el estilo Luis XIII que es todavía
bastante geométrico. En las puertas, los plafones siguen con formas rectangulares
y romboidales fundamentalmente, pero a partir
de 1660, el barroco avanza con Luis XIV, y se empieza
a imponer aunque moderado por un cierto ideal clásico de orden, razón y medida que
tiene al palacio de Versalles como paradigma.
En
las puertas se refleja en un cierto equilibrio entre simplicidad y ornamentación: superposición de paneles con molduras en ángulos rectos y pequeñas curvas
pero con una rica ornamentación en elementos superpuestos (los dorados sobre fondo
blanco se dan en las puertas de los palacios).
En
el siglo XVIII se produce una síntesis entre el clasicismo
arquitectónico y el barroco decorativo con los estilos Luis XIV, Luis XV y Luis
XVI los cuales se extienden prácticamente en toda Europa debido a la gran
influencia cultural francesa tras la Revolución.
Tipológicamente
son puertas con dos o tres plafones donde el testero toma una forma ondulada con
quiebros agudos, en una disposición compleja que acaba afectando a los otros
travesaños pero manteniendo cierta simetría. Sea cual su forma, el principio constructivo
siempre es el mismo. Un bastidor moldurado formado por dos largueros y dos o tres
travesaños/testeros con curvas cóncavas y convexas unidos entre sí a caja y espiga.
El
repertorio decorativo comienza siendo muy profuso: trofeos, guirnaldas, motivos
florales, etc. pero con el tiempo se van moderando. Inicial- mente se introducen
muchos materia- les: dorados, bronces, incrustaciones de marfil, nácar, apliques
de bronce, espejos, lacas y taraceas de maderas exóticas (caoba, palisandro, palo
rosa, etc.) para acabar simplificando la lista.
La
puerta Luis XV libera y descarga las formas del Luis XIV, redondea los ángulos de
plafones y bastidores se decanta por la rocalla, las fantasías de frutas, las flores
y cintas. Los acaba- dos siguen siendo lacados, blancos y dorados en los edificios
representativos, mientras en la arquitectura doméstica y en exteriores se deja
vista la madera.
En
Inglaterra, el Barroco se adapta a través del estilo Reina Ana que es más
moderado que el francés. Emplea el nogal, arce y pino vistos. Le siguen el
Chippendale que prefiere la caoba y el Sheraton que emplea las frondosas continentales.
La puerta plafonada en los siglos XVIII
y XIX
Esta
nueva puerta plafonada tiene formas más contenidas que en el siglo anterior con
su clásica moldura de contorno de ballesta (contour á l’arbalète) y se extiende
igualmente por toda Europa.
Las
líneas rectas y la madera vista, diferenciándose del Rococó en la sustitución de
la madera pintada y lacada por severos chapados oscuros (especialmente de caoba
americana). La taracea tiende a desaparecer y los paneles de las puertas ganan en
sobriedad recuperando la puerta su espíritu funcional. En España tenemos el magnífico
ejemplo de las puertas y carpintería de la sala de maderas finas de El Escorial.
El
siglo XIX se caracteriza por la recuperación de los estilos historicistas, especialmente
el Renacentista (Neoclásico) y el Medieval (Neogótico) lo que degenera en un eclecticismo
que toma elementos de todos los estilos anteriores.
A nivel tecnológico el siglo XVIII
es importante
por la aparición de las primeras descripciones de fabricación de puertas plafonadas
en la Enciclopedia Diderot y D’Alambert (un diccionario razonado de las ciencias
y las artes). Por ella se conocen las técnicas, las escuadrías más habituales
y las herramientas empleadas en la carpintería. El bastidor es de 6-8" x 11/2-21/2"
y el plafón entre 3/5 y 6/5". Éste último se rechapa, ya que emplea
maderas de peor calidad para el alma. El plafón central es una pieza de madera encajada
a presión en un rebaje practicado en el bastidor merced a sus bordes afilados. Se enriquece mucho el catálogo
de molduras de los bastidores gracias a los cepillos de cuchillas curvas.
La
junta entre hoja y cerco también se hace más compleja con perfiles a resalvo (galceada),
en cuello de cisne o en boca de lobo.
Los
nuevos estilos de finales del XVIII y comienzos del XIX en Francia (Neoclasicismo
y Regencia, Luis XVI, Directorio, Imperio y Restauración) y en Inglaterra
(Chippendale y Sheraton) recuperan procedentes
de los estilos Luis XIV, Renacentista, Imperio y Gótico. Tiene como consecuencia
la recuperación de determinadas artesanías en decadencia en lucha frente a la industrialización.
Si
el siglo XVIII está dominada por la puerta Luis XIV y sus sucesivas versiones, el
XIX es el siglo de la puerta victoriana, que utiliza elementos geométricos elementales
pero con aditamentos barrocos puntuales.
Pueras apeinazadas del Renacimiento.
Puertas castellanas del Renacimiento español
Al final de la Edad Media se va imponiendo en España la moda
de las puertas apeinazadas. Los peinazos son
largueros y travesaños que dividen el paño, enmarcando cuarterones o cojinetes de dibujos
variados. Los cuarterones pueden recibir un sencillo
labrado central, con dibujos
geométricos y aristas molduradas.
Es la puerta española
por excelencia y así es conocida fuera de nuestras
fronteras. Su colocación en el Escorial
con cerca de 1.200 unidades (finales
del siglo XVI) y su presencia en cuadros de pintores españoles
del siglo de oro, como
Velázquez (Las Meninas), Zurbarán, etc. Muestran que se trata de un elemento
decorativo de moda. Es por tanto en origen,
una puerta noble y casi de lujo aunque más tarde cambiaran sus connotaciones.
Con el Barroco los peinazos se complican, pasando de simples
tramas rectangulares a complejos
ensambles de lacería, de influencia árabe.
La puerta apeinazada se llamará con el tiempo puerta castellana. Denominación acuñada desde muy antiguo,
para diferenciarla de la puerta entablada o tablerada, más barata y de
menos categoría, tal como consta en
contratos de carpintería de la época.
La puerta castellana es una puerta que
exige mucha maestría y alto conocimiento de la geometría para resolver la profusión
de complicados ensambles
entre sus partes.
El trabajo
de cuarterones y el lazo de
cola de milano tiene para algunos
reminiscencias de la carpintería
egipcia y romana transmitida a través
de los árabes.
Nuevos
estilos a comienzos del siglo XX
Los
nuevos estilos, el Art Nouveau (denominado Modernismo en España, Jugendstil y Secesión
en Alemania, Modern Style en Inglaterra y Liberty en Italia) suponen una cierta
recuperación de la carpintería tradicional de madera de carácter artesanal.
El
arquitecto más importante del momento es posiblemente Antonio Gaudí que dejó, junto
a su espectacular arquitectura, puertas y carpinterías de gran belleza.
La
Gran Guerra de 1914 puso trágico fin al modernismo y a otros excesos culturales
y supuso una vuelta a la moderación en los diseños, que sólo recuperaría su alegría
en los años 20, en el Art Déco de la Belle Epoque, estilo eminentemente decorativo
con gran influencia en centroeuropa y EEUU (visible especialmente en Nueva York).
En
todos estos estilos la puerta plafonada mantiene su estructura, siendo el bastidor
o el plafón el que recibe la ornamentación, naturalista o geométrica de cada moda.
En los años 30 aparece un nuevo movimiento con mayor vocación
de permanencia, el racionalismo, que se caracteriza por su vinculación al
proceso de industrialización de los elementos de construcción. Es el momento de
la aparición de la puerta plana, gracias al desarrollo del tablero
contrachapado, aunque no se impone definitivamente hasta los años 50 momento en
que las ideas del racionalismo cristalizan en el llamado Estilo Internacional.
Mientras
tanto, la puerta plafonada se sigue realizando de forma tradicional con sistemas
más mecanizados, aunque acaba cayendo en desuso por su falta de competitividad ante
los sistemas industrializados.
La
puerta tradicional queda relegada al taller o a la artesanía después de haber sido
un estándar de la carpintería durante siglos.
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