Hay quimeras tan deseables
que pueden convertirse en hechos sin necesidad de pruebas que las sustenten. Entre
ellas, la vida después de la muerte o 24 horas de sexo seguidas; otra, menos conspicua,
la fusión fría.
El 23 de marzo de 1989,
dos químicos de la Universidad de Utah, Martin Fleischmann y Stanley Pons, presentaron
en Salt Lake City (EEUU) un hallazgo que iniciaría una nueva era de energía abundante,
limpia y casi gratuita. En un experimento sobre la mesa de su laboratorio, a temperatura
ambiente, habían recreado el sistema de producción de energía de las estrellas:
la fusión de átomos de hidrógeno. Duran- te las siguientes semanas, centros de investigación
de todo el mundo –entre los que estaban la Universidad Autónoma de Madrid y el CSIC–
intentaron replicar los resultados. Fue imposible. El pequeño exceso de energía
observado por Pons y Fleischmann –del que se deducía la reacción nuclear– se atribuyó
a la casualidad o a un error en el experimento.
Los reveses en el laboratorio,
que han acompañado a la fusión fría durante 20 años, no han amilanado a un grupo
de creyentes que continúa trabajando en este campo, ahora rebautizado. La mala
fama acumulada sobre la denominación original transmutó la fusión fría en reacciones
nucleares de baja energía.
El pasado 23 de marzo,
en el vigésimo aniversario de la primera epifanía, un nuevo equipo de investigadores
regresó a Salt Lake City para presentar en rueda de prensa las primeras evidencias
gráficas de la fusión fría. A un experimento similar al de Fleischmann y Pons,
científicos del Space and Naval Warfare Systems Command (SPAWAR) de San Diego (EEUU)
le añadieron un detector de partículas muy simple, un tipo de plástico llamado
CR-39.
Tras dos semanas de experimento,
el equipo descubrió en el CR-39 un pequeño número de huellas triples. Este rastro
lo habrían dejado tríos de partículas alfa surgidas de la desintegración de un neutrón
muy energético al chocar contra el plástico. El neutrón habría escapado tras la
fusión de un átomo de deuterio con otro de trítio (ambos son versiones pesadas del
hidrógeno). Cuando los científicos realizaron la misma prueba con agua normal, las
trazas de los neutrones no aparecieron. El hallazgo se había publicado en octubre
de 2008 en la revista Naturwissenschaften.
un buen experimento
La presentación, que tuvo
lugar durante la reunión primaveral de la Sociedad Química Americana, ha sido recibida
con escepticismo. Sin embargo, algunas de sus conclusiones parecen aceptables. Johan
Frenje, del Massachusetts Institute of Technology (MIT), experto en la interpretación
de los rastros que dejan las reacciones nucleares a altas temperaturas en el plástico
CR-39, cree que la interpretación de qué produjo las marcas es correcta. “Los datos
y su análisis parecen sugerir que se han producido neutrones altamente energéticos”,
afirmó el día del anuncio en Newscientist.
Más controvertido es el
ori- gen de esos neutrones. Según otro de los ponentes de la pre- sentación, el
editor de New Energy Times, Steven Krivit, hablar de fusión nuclear, probablemente, no está justificado. Sin embargo, afirmó, “el trabajo es importante”
y puede ser que los neutrones “sean fruto de un proceso nuclear aún desconocido”.
Pese a la degradada imagen
de su área de investigación, muchos de los científicos que trabajan en torno a la
fusión fría son brillantes y reconocidos. “El mismo Fleischmann tenía mucho prestigio
en el campo de la electroquímica”, explica Claudio Gutiérrez de la Fe, investigador
del Instituto Rocasolano del CSIC.
En 1989, Gutiérrez de
la Fe se encontró entre los científicos que trataron de replicar los resultados
del equipo de Utah. “Algunos de los investigado- res que se dedican a esto son muy
buenos, pero la investigación relacionada con la fusión fría es más bien como una
secta”, afirma. “Ellos realizan sus experimentos, y entre ellos se confirman y apoyan,
pero no están admitidos dentro de la ciencia normal”, añade.
Perdida
de apoyos
La fusión fría perdió
sus principales sustentos en 1997, cuan- do el Gobierno japonés dejó de apoyarla.
Un año después, cerró el laboratorio IMRA. Este centro, creado por Toyota pa- ra
investigar el fenómeno, había acogido en 1992 a Pons y Fleischmann. La puntilla
la puso, en 2014, el Departamento de Energía de EEUU, cuando publicó un nuevo informe
sobre la fusión fría donde consideraba que los resultados en torno al fenómeno eran
poco convincentes.
Pese a los contratiempos,
casi todos los años los defensores de la fusión fría contra- atacan con nuevos resultados.
Y, como ocurre con todas las quimeras –y la fusión fría lo es mientras no se pruebe
lo contrario–, no es fácil demostrar que son imposibles. “No es imposible, pero
es muy improbable”, explica Gutiérrez de la Fe. “Es como que te tocase la lotería
cien veces seguidas”, apunta. Por ahora, los miembros del culto de la energía infinita
siguen probando su suerte. Nunca se sabe.
El pasado 10 de marzo, se completó la construcción del mayor láser del mundo en el
National Ignition Facility de EEUU. Ahora, según ha comentado el director de las
ins- talaciones, Ed Moses, trabajan para lograr “el primer proceso de fusión controlado,
soste- nido y con ganancia de energía realizado en un laboratorio”. Si los responsables
de es- tas instalaciones consiguiesen su objetivo, se estaría más cerca de poder
utilizar la fusión nuclear, de un modo similar a como sucede en el sol, para obtener
una energía abundante y relativamente limpia.
Para desencadenar una
reacción de fusión en cadena, se dirigirá la potencia del láser contra unas diminutas
cápsulas llenas de una mezcla de deuterio y tritio (dos versiones del hidrógeno)
que actuarían como combustible. Los científicos calculan que si la temperatura y
la presión a la que se somete a ese combustible fuese suficiente, podrían desencadenar
reacciones en cadena y lograr más energía de la gastada.
Europa también está trabajando
en el diseño de un proyecto similar: la European High Power Laser Energy Research
Facility (HiPER). Este proyecto, que costaría alrededor de mil millones de euros,
se añadiría al ITER (que costará más de 10.000 millones) como proyecto europeo para
probar las posibilidades de la fusión nuclear como fuente de energía. De momento,
se encuentra en una fase preparatoria.
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