Hoy os recomendamos la lectura de este fantástico
artículo de José Luis Velasco, del Observatorio
Crítico de la Energía, "¿Por qué no protesta la gran industria española
por el precio de la electricidad?", donde hace hincapié y llama la atención
sobre una de las curiosidades del sector eléctrico español: el por qué, a pesar
de tener los precios más caros de la industria europea, las grandes industrias españolas
no se quejan de la merma de productividad que esto les debería de producir. La respuesta
es sencilla y escandalosa...
"En los últimos tiempos se ha hecho más
evidente si cabe que, tras la liberalización del sector, el precio de la electricidad
en España se determina de forma muy opaca y entre sospechas de manipulación. Y que
el resultado de este proceso beneficia siempre a unos pocos, los dueños de las grandes
eléctricas, a costa de perjudicar a los ciudadanos (merece la pena escuchar la breve opinión al respecto del
presidente de Iberdrola).
Tenemos como consecuencia una de las electricidades más caras de Europa,
y cabe preguntarse más detenidamente por qué. Al fin y al cabo, España no es el único país de Europa donde el sector
eléctrico se ha liberalizado total o parcialmente. Tampoco es el único país donde
unas pocas grandes eléctricas forman un oligopolio
capaz de presionar al gobierno para intentar dirigir su política energética de acuerdo
a sus intereses privados.
Entonces, ¿qué es diferente?
Hipótesis: el peso del sector industrial exportador
Una diferencia entre España y otros países de
nuestro entorno es la importancia en nuestra
economía de las exportaciones industriales, consecuencia de desarrollos históricos
diferentes. Mientras en España las exportaciones han pasado recientemente del 20
al 30% del PIB (como consecuencia principalmente de la caída de la demanda interna
causada por las políticas de austeridad), en Alemania suponen entre un 40 y un 50%,
y tienen una importante componente industrial.
Un fabricante alemán cuya producción sea intensiva
en energía como Volkswagen, BASF o ThyssenKrupp no puede permitirse que el precio
de la electricidad aumente su coste de producción y le haga perder competitividad,
de modo que presionará para que la política energética de su país garantice unos
precios relativamente bajos.
Esta reflexión da pie a una posible explicación
de trazo grueso de por qué la electricidad es más cara en España que en Alemania:
la causa no sería la aclamada eficiencia germánica, ni la integridad y buen hacer
de los ministros alemanes del ramo, ni el virtuosismo de sus empresarios eléctricos,
sino el simple hecho de que estos tienen un contrapeso que limita sus desmanes.
El resultado de esta lucha entre oligopolios
de diferentes sectores productivos sería un equilibrio en que los diferentes actores
(fabricantes de bienes de equipo, industrias químicas, empresas eléctricas…) intentarían
maximizar sus beneficios. Desde luego, este remedo de la manida mano invisible del
mercado podría beneficiar relativa e indirectamente al ciudadano y habrá quien lo
pueda considerar satisfactorio. Veremos a continuación que no tiene por qué ser
así.
¿Qué ocurre en España? El servicio de interrumpibilidad
Como decíamos, las exportaciones industriales
tienen en España un peso menor que en otros países de nuestro entorno. Esto hace
que su capacidad de presión sobre el gobierno de turno sea relativamente menor,
y que las eléctricas españolas actúen sin prácticamente cota alguna. Muestra de
ello es que doblen en margen de beneficio
a sus equivalentes europeas y a la vez se permitan cortar la luz a millones de personas
al año.
Sin embargo, falta una pieza en esta historia.
Al fin y al cabo, el sector industrial español es menor que en otros países de nuestro
entorno pero no muchísimo menor, y desde luego no inexistente. Es más, hay en efecto
una Asociación de Empresas con Gran Consumo
de Energía (AEGE) que reúne como miembros asociados a empresas cementeras como
Portland, metalúrgicas como Alcoa o Asturiana de Zinc, químicas como Solvay o Ercros
y siderúrgicas como Acerinox o Arcelor Mittal.
Aunque es cierto que la gran industria paga la electricidad más barata que el usuario doméstico,
eso también ocurre en todos los países de la Unión Europea, y por tanto la gran
industria española paga una electricidad más cara que la europea. ¿Por qué entonces
apenas encontramos en los medios, en las alegaciones a la Comisión Nacional de la
Energía o en los juzgados oposición empresarial a las eléctricas de UNESA? Una posible
explicación vendría dada por la existencia del servicio de interrumpibilidad.
El servicio de interrumpibilidad es una pieza
potencialmente útil del sistema eléctrico. Supongamos que un país se encuentra en
un pico de consumo energético, como por ejemplo España en verano de 2006: a causa
del calor, gran número de aparatos refrigeradores están en marcha; debido a la frenética
actividad constructora, se produce cemento en gran cantidad. Si en esa situación
varias centrales nucleares han de parar por problemas de seguridad, los pantanos
están vacíos, hay poco viento o las reservas de gas son escasas porque su precio
ha repuntado, el país puede verse con problemas de suministro.
La electricidad es un bien que difícilmente
puede almacenarse, de modo que, si hay mucha demanda de electricidad y las centrales
en funcionamiento no pueden cubrirla, se producirán apagones. Para evitar cortes
descontrolados de suministro, existe el servicio de interrumpibilidad: una serie
de grandes consumidores de electricidad (grandes empresas metalúrgicas y cementeras,
por ejemplo) se declaran dispuestos a parar sus máquinas (y por tanto dejar de consumir
electricidad) si así se lo pide Red Eléctrica de España. De este modo, cuando la
producción eléctrica no llega a cubrir la demanda, se producen apagones ordenados
en lugar de incontrolados.
Esta ha sido hasta ahora la función principal
del servicio de interrumpibilidad (cambiará, pero solo ligeramente, con la última
reforma eléctrica) y, como vemos, disponer de él parece en principio razonable.
Analicemos con datos si lo es realmente, aquí y ahora. En España, unas pocas empresas
(entre ellas, las tres mayores consumidoras de electricidad, Alcoa, Arcelor Mittal
y Asturiana de Zinc) reciben 750 millones
de euros al año a cuenta de este servicio.
El servicio de ininterrumpibilidad no se ha
utilizado en años y, sobre todo, no hay ningún escenario plausible en que vaya a
utilizarse en el futuro cercano
Sin más información, es difícil aseverar si
esa cantidad es grande o no. Podemos compararla con el coste total del sistema eléctrico,
del cual podemos dar una estimación de trazo grueso usando la facturación en España
de las empresas eléctricas que forman parte de UNESA, de unos 40.000 millones de euros al año. El servicio de interrumpibilidad
sería por tanto del orden de un 2% del coste del sistema eléctrico, una cantidad
notable. Además, 750 millones de euros equivaldrían a una parte importante del déficit
de tarifa anual, así que la legitimidad de tal gasto ha de ser analizada.
Es cierto que un apagón imprevisto a nivel nacional
puede causar daños muy serios a muchos ciudadanos, por ejemplo si afecta a servicios
básicos, y eso es algo difícil de cuantificar en euros. Siendo así, un gobierno
podría legítimamente decidir que es razonable pagar una cantidad tan grande si con
eso garantiza evitar tal situación.
El problema es que el servicio de interrumpibilidad
no sirve a ese fin: la prueba de ello es que no se ha utilizado en años y, sobre
todo, que no hay ningún escenario plausible en que vaya a utilizarse en el futuro
cercano. Debido principalmente a la política de subvenciones a las centrales de
ciclo combinado, en España existe sobrecapacidad. La potencia instalada (y por tanto
la capacidad de producir electricidad cuando la demanda lo exija) es el doble de
la máxima que se ha necesitado en este país en cualquier momento de la historia,
y el exceso de capacidad instalada sigue creciendo.
Es verdad que cierto nivel de sobrecapacidad
es bueno para la seguridad del sistema eléctrico, y que además existen limitaciones
técnicas asociadas a transporte y distribución, pero en el caso de España la sobrecapacidad
resulta excesiva: España podría si quisiera apagar a la vez un buen número de sus
centrales nucleares y de carbón en prácticamente cualquier momento del año y aún
así no tener problemas de suministro eléctrico.
La potencia instalada (y por tanto la capacidad
de producir electricidad cuando la demanda lo exija) es el doble de la máxima que
se ha necesitado en este país en cualquier momento de la historia, y el exceso de
capacidad instalada sigue creciendo
Es un escándalo que, a pesar de esto, los pagos
a grandes empresas por el concepto de interrumpibilidad no se hayan eliminado; ni
siquiera se han reducido: al contrario, se
han multiplicado por tres desde 2008 y, en particular, han crecido un 50% el último
año. Los pagos por este concepto, que sufragamos los ciudadanos en nuestra factura,
han crecido por tanto más rápido que el coste de la electricidad. Esto quizás ayude
a entender la poca oposición de los grandes consumidores industriales a la política
energética del Gobierno en beneficio de las grandes eléctricas.
En lugar de impugnarla, cosa que indirectamente
podía haber beneficiado a los ciudadanos, han
presionado para conseguir mejores condiciones particulares para ellos a costa
de los consumidores domésticos, y han puesto
el grito en el cielo cuando una mínima parte de esas ventajas se ha querido
alterar.
En otras palabras, el espíritu del servicio
de interrumpibilidad se ha pervertido y es utilizado por el Gobierno para conceder
subvenciones encubiertas a algunas grandes empresas, las cuales como consecuencia
no levantan la voz frente a su política energética.
Los actores de esos sectores y el Gobierno han
optado por expoliar todavía más al ciudadano y mantener los beneficios de las grandes
empresas privadas involucradas
La teórica contraposición de los intereses privados
de grandes empresas de diferentes sectores no ha desembocado en la renuncia de parte
de sus privilegios para llegar a un acuerdo a medio camino entre sus respectivas
aspiraciones máximas y las del ciudadano. Al contrario, los actores de esos sectores
y el Gobierno han optado por expoliar todavía más al ciudadano y mantener los beneficios
de las grandes empresas privadas involucradas.
Por un lado, esto nos alerta de nuevo sobre
el peligro que conlleva dejar sectores estratégicos bajo el control de actores privados
cuyos intereses son muchas veces opuestos a los del ciudadano. Por otro, es una
muestra más de la baja calidad de nuestra democracia (aunque no conviene pensar
que solo la nuestra es de baja calidad) y de la indistinguibilidad entre los intereses
de nuestros gobernantes y los del poder económico."
Follow Us
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por comentar¡
Vuestros comentarios nos hacen mejorar¡